Cuando se sigue una preparación estructurada el principal punto a tratar o seguir es un plan de entrenamiento personal, organizado, equilibrado y progresivo que nos ayude a llegar en la mejor forma posible a nuestros objetivos.
El segundo punto que se suele trabajar es la alimentación, seguir un plan o dieta de alimentos adaptado a nuestra demanda energética y a conseguir el peso con el que seamos más efectivos (normalmente consiste en bajar más que en subir).
Aquí añado cualquier persona que, por salud o bienestar, decide seguir un plan de alimentación para reducir su peso a unos valores más normalizados por su edad, sexo, actividad, etc.
Es un buen plan, es una gran idea y puede ser muy ilusionante el poder hacerlo, pero con sus más o sus menos es un reto exigente.
Si uno come equilibrado y organizado no tiene porqué pasar hambre, y más cuando el consumo diario es elevado, pero por lo general y más si no se es un deportista digamos de exigencia, las dosis y los tipos de alimento se suelen restringir de forma considerable, entrando en una situación de déficit para que el organismo movilice las reservas de nutrientes que guarda.

Aunque es una elección persona, implica un compromiso elevado, un esfuerzo importante y un control escrupuloso que sumado a ese estado de déficit pone al organismo en alerta.
El mero hecho de pasar hambre o de entrar en pérdida crea un desequilibrio anímico y emocional, altera nuestro cuerpo y nuestra psique, genera mayor nerviosismo, más irritabilidad, cansancio, etc.
Pudiendo desarrollar un estado de ansiedad o un estrés sostenido que hace que seguir ese plan sea realmente difícil, estamos más sensibles y se aumenta el impulso de comer más o ciertas comidas que nos alivie (Liberación de neurotransmisores como la serotonina causada por alimentos ricos en azúcar), además, si llegamos a caer y nos saltamos el plan, se genera un sentimiento de culpa que agrava nuestro malestar.
Cuando empezamos un plan así, nos visualizamos en el resultado, viéndonos estupendamente, sintiéndonos genial por los logros alcanzados, pero aquello que parecía un buen propósito se convierte en sufrimiento y las posibilidades de abandono crecen llegando acompañadas de frustración, rabia, desmotivación…
Hay muchas formas de poder afrontar un reto así para tener los recursos que nos ayuden a seguir en el camino marcado. Para empezar, ser conscientes que pasaremos por malos momentos, aceptar que no somos robots, que se puede “caer”, que la flexibilidad es un estado natural que hace que la vida fluya de otra manera, valorar la constancia por encima de la disciplina, valorar el esfuerzo que hacemos para respetar y apoyar nuestras conductas que no siempre serán las deseadas.
Ante los momentos de más ansiedad, podemos practicar técnicas de relajación, generar anclajes junto a visualización que nos ayuden a tener sensación de saciedad o trabajar sobre pensamientos positivos que entre otras cosas ayuden a detener los pensamientos recurrentes que se generan por la situación estresante.
Desarrollar una relación sana con la comida y unos hábitos alimentarios realistas y saludables, valorar los efectos positivos que tendrá en nuestro organismo por encima del placer momentáneo que, a la vez podría incluir formas de administrar el consumo de nuestras comidas favoritas para aumentar el placer sin recurrir en excesos.
Es una bonita lucha personal y cultural, que más que un resultado medible, nos enseña a desarrollar un estilo de vida que nos confortará en nuestro desarrollo.
